domingo, 2 de marzo de 2008

Carta de la Tierra

Sybelle Padua

Hoy no abandono el rito. Se ha hecho tradición a lo largo de mi existencia el ir desmoronándome lenta y violentamente. La autodestrucción de la humanidad se ha confabulado en mi contra, ahogándome en el sistema que poco a poco me ha llevado hasta este punto.

Decir que son los últimos saboreos de mi existencia, no sé. Asegurar que pronto me sacudiré para darle fina al caótico “elixir” de la vida, no me atrevo. Podría optar por llenar de inciertas esperanzas a quienes forman parte de esta engorrosa realidad, diciéndoles: “el progreso es el riel en el que vamos andando”, al estilo de las películas de ficción y sátira sobrias que los medios le suministraban a las sociedades en decadencia después de la I y la II Guerra Mundial.

Esta clara pero a la vez oscura condición que padezco, comprende una maraña de intereses que se tocan y se esparcen dentro de mí. Una maraña de intereses que conforman la dinámica que sostiene la “vigorosa” estructura, cimentada en construcciones de cálculos económicos que disminuyen a la mínima expresión cualquier vestigio de sentido humano que podría acompañar las relaciones de los seres que habitan en mi seno. El complejo ser se debate entre una lucha constante por morir aniquilando su hábitat: yo.

Soy el paciente en la sala de espera. El diagnóstico está a punto de llegar y la angustia me embarga. Entre el delirio causado por la fiebre, sólo me viene a la mente una palabra, maldita por su origen. Se acerca una bata blanca que se difumina entre mis sentidos y me susurra al oído: “Usted sufre de desarrollo”.

El ignominioso concepto de desarrollo trae consigo un combo de mitos: los términos progreso, desarrollo “humano”, crecimiento sostenible..., vanos conceptos que terminan por contradecirse cuando los avances se limitan sólo al aspecto técnico-económico. El término “desarrollo humano” parece un traje de vitrina, posee como accesorio la palabra humano. Es un adorno que puedes usarlo pero no es indispensable.

El sentido del desarrollo humano no se conoce en estas relaciones. El progreso está signado por ambiciones que giran en torno a la explotación y la esclavización del hombre, para aumentar el capital que yace en las grandes casas bancarias. La “razón”, lo que diferencia el hombre del animal, lo ha llevado a: 1) crear armas nucleares capaces de destruir a la humanidad; 2) elevar el egocentrismo, al punto de crear seres individualistas y carentes de valores solidarios; 3) menospreciar y derribar culturas milenarias que distan mucho de la inteligencia que trae consigo el mundo desarrollista; 4) destruir el ambiente; y 5) acrecentar la brecha entre ricos y pobres.
La transformación que ha sufrido el hombre, lo ha convertido en un chip calculador, movido por los montos. Desde arriba los veo como calculadoras andantes, con sueños mercantiles que no inspiran el enriquecimiento de su espíritu ni el desarrollo de riquezas no calculables, como la solidaridad, el respeto y otros valores prescritos a la fecha de hoy.

Los intereses económicos socavan cualquier valor que pretenda levantar una voz en contra de la dinámica regida por el capital. La humanidad apuesta a su autodestrucción por enriquecerse y llenarse de objetos inservibles aptos para su “subdesarrollo psicológico y moral”, como dijera Edgar Morín.

Situado en la punta del iceberg me encuentro. No sé si esto va revertir lo que hasta ahora vivo. En un tono de optimismo, puedo depositar fe sobre las ideas del teórico Marx: “El capitalismo es un instrumento de progreso, ya que crea un inmenso proletariado apto para hacer la revolución”. O bien desprenderme de cualquier arquetipo utópico que pueda sembrarme ideas fantasiosas acerca de un planeta (yo) que tiene una lógica o ciclo de vida. En esta reflexión, se encuentra el dilema que durante mucho tiempo ha perseguido enfermizamente a hombres de la historia, y por supuesto a mí.

Me encuentro en la sala de terapia intensiva. La realidad me sitúa en una disyuntiva, pues tengo dos caminos que merodean ante la caótica crisis.

1.- Resignarme a que cumplo un ciclo de vida y la hora del último suspiro está cerca, lo que podría anunciarse como la lógica del planeta.

2.- Enfrentarme a los designios que el capital pretende para mí.

Elijo la dos. ¿Será que hay algo de humano dentro de mí?

Para ello, es urgente que el hombre abandone su afán por morir y sobrevivir a la vez, que se caiga de la cama y deje a un lado las falsas necesidades que el sistema le ha impuesto. Vuelva al lugar de inicio. El ser humano debe remontarse, hacer una introspección de lo que ha sido su existencia desde que pisó el origen de su historia. Pensarse el mundo de nuevo, parir desde las células madres que se sitúan en la columna vertebral y en el cerebro la creación de un nuevo pensamiento, destructor del actual sistema. La tarea está allí.

Los designios que el hombre desprende desde sus inventos y acciones propiciarán mi muerte o supervivencia.


La Tierra

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