domingo, 2 de marzo de 2008

¡Niño maleducado!

Reinaldo González


La Iglesia Católica surgió para reunir a quienes creyeran en la salvación del alma y en la vida eterna a través del cumplimiento de doctrinas o disciplinas que Jesús, enviado por un dios supremo, compartía con su pueblo. Está presidida por un conjunto de hombres –diáco-nos, sacerdotes, obispos- quienes, de manera jerárquica, cumplen y hacen cumplir las distintas obligaciones que intentan mantener a su comunidad.

Muchos han sido los cambios desde que se construyó la primera iglesia. Se erigieron muros gruesos, cada vez más altos, que transmitían un aire de protección y grandeza, llenos de detalles y adornos –antes de piedra, ahora de oro puro- que pretendían exaltar a Dios. En la actualidad, más que casas destinadas a la reunión y la oración, son una especie de museos que atraen tanto a turistas creyentes como no creyentes de todo el mundo.

La infraestructura y finos detalles muchas veces opacan su finalidad, pero los cambios físicos de las iglesias –espejismos que escon-den la verdad- son sólo un indicador de la des-viación en la naturaleza de éstas. La corrupción interna cometida por la burocracia eclesiástica es la principal razón del declive que sufre la religión católica desde hace muchos años.

Esta decadencia la muestra el productor y director Pedro Almodóvar en «La Mala Educación», que trata el abuso sexual y los intereses personales -que provocan un asesinato- como los vicios más representativos y destructivos –para sí, los creyentes y no creyentes- que posee la religión «universal» desde hace siglos.

La película, ubicada en un contexto actual, se desarrolla en torno a tres personajes claves: dos jóvenes y un sacerdote. Ignacio y Javier se «enamoraron» cuando eran niños y compar-tían en un colegio católico para varones. Al poco tiempo, el padre Manolo, quien abusaba sexualmente de Ignacio, los separó.

La historia, mientras se aproxima al nudo, revela detalles de la vida personal, en pareja y en comunidad de l@s homosexuales, quienes han sido perseguid@s y mal-tratad@s cual grupo paria, no a causa de que sean dañin@s para la sociedad, sino porque la expansión y crecimiento de este género representa un choque a las reglas, leyes y cánones a los que se ha apegado la humanidad desde hace años; es decir, su aceptación formal significa un cambio profundo de paradigmas sociales y religiosos –también económicos- que harían vacilar a la Iglesia Católica, modeladora y reguladora de la sociedad junto al Estado –más por tradición que por excelencia-, originando, en poco tiempo, estados de desequilibrio, desorden, «desorientación». Además, esto daría pie a que se publicaran muchos hechos que podrían en entredicho –de nuevo- la credibilidad de esta institución religiosa.

No hay que olvidar que los dogmas religiosos son los más rígidos de la sociedad y se han manejado como argumentos irrefutables sólo por estar escritos –por la mano siempre manipuladora del hombre- en la Santa Biblia.

A la hora de responder preguntas, a veces no tan complicadas y ofrecer respuestas útiles y aplicables para la comunidad homosexual, proceden como siempre lo han hecho: citan algún versículo, alaban a Dios y mandan a rezar; luego se marchan por sus alfombras de seda, conducen sus autos lujosos hasta los «museos» y permanecen allí como figurillas de colección. Sólo es posible verlos si se va a misa, son casi intocables y detrás de ellos se mueven altas cantidades de dinero.

Es una institución tan corrompida como el Estado burgués y, al igual que este último, se vale de lo que sea por mantener y aumentar un mínimo de buena reputación y seguidores, lo cual significa poder y control.

Ésta es la razón del estancamiento de este conflicto: el conveniente tradicionalismo y las costumbres ortodoxas que buscan ocultar las incongruencias de muchos líderes de la Iglesia Católica, incapaz de dar soluciones útiles. El problema no son l@s homosexuales, sino la lentitud y el escepticismo para reconocerl@s formal y legalmente en nuestra sociedad.

La mala educación está en nosotr@s.

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